Cuando dejaron de brillarte los ojos, se acabó.
Al principio tenías la brillantez de la primera vez y de no haber tenido otra amante anterior. Darnos un beso en público o cualquier otro movimiento natural en otras parejas resultaba insólito entre nosotros. Te gustaba sentir la juventud de mis venas y el paso del tiempo era suave cuando nuestra vida era plácida.
Enlazábamos nuestros dedos tras cerrar la puerta del coche, y huías de la gente para refugiarte en mi en las praderas del Parsons Gardens. Dentro del Toyota hablábamos sin que nadie te mirara, de cerca me devorabas con los ojos.
El día que te acomodaste con tu mujer y conmigo al mismo tiempo, dejaron de salirte canas y se te notaba relajado, sin ímpetu ni ganas.
Hice las maletas dejándote los libros, muebles (auxiliares) y a Tala, que se quedó acurrucada a tu lado, mejor así. La necesitabas para acariciarle el pelo y contemplar sus ojos vivarachos, requerías de tu afecto –animal- más que yo. Aunque te pareció una solución incomprensible yo no podía aguantar más una pareja de ficción. Tus hobbies eran tuyos y los míos no te interesaban, el calor de nuestros cuerpos ya no era suficiente en la cama.
Crucé el Atlántico de vuelta a la piel de toro, del verde oscuro al valle, de las montañas al desierto, de la coke a la denominación de origen.
Sibila
