Me mortifico, conservo dentro la peor sensación para no olvidar un estado terrible, atada al disgusto continuo.
Los descubrí juntos ante una mesa pequeña y dos cafés. Durante unos minutos eternos no supe qué hacer ni cómo reaccionar. Pasar de largo? Atacarlos? Montar una escena? Esconderme?
Estoy viviendo el día de veinticuatro interminables horas junto a una persona que es mitad imaginación mía y mitad una desconocida.
La otra vida de Y es dónde -yo creo- ella halla placer sin culpabilidad moral ni sentimental, donde no es consciente de mi existencia. Ella llena su vida de sucesos a mis espaldas. Usa nuestros lugares comunes con otras personas –hombres varones-, nuestra mesa de la cocina, nuestra escalera, nuestra ducha. Hombres que se me aparecen como sombras.
Cuando estamos las dos entre las sábanas, sin ropa y tentando, ella pone excesivo cuidado en decir mi nombre junto a mi apellido. Sí para que no se le escape otro nombre impropio. Cada una mis seis letras de mi nombre se me clavan, ís punzadas en el corazón.
Yo me había hecho una idea diferente de mí misma, queriendo una recompensa conforme a mi esfuerzo con ella y resultados. Pero no, caigo en hundimiento titánico. Lo peor es la decepción intrapersonal, las ilusiones que han pasado del verde al marrón muerto y putrefacto.
No soy, no soy nada, ni hueco en el colchón. Floto en el aire mientras el desencanto me consume.
Sibila